La novela de la Revolución no necesariamente se enmarca dentro del suceso revolucionario. Escritores como Arreola hablan de lo que dejaron a su paso. "La Feria" de Juan José Arreola: Un acercamiento a México
La Revolución Mexicana fue un hecho histórico que marcó el curso de México en todos los ámbitos. Acerca de la Revolución existe un sinfín de estudios históricos, ideológicos, políticos y sociales.
Diferentes identidades de los mexicanos
Hace 60 años Octavio Paz escribió en su Laberinto de la Soledad, que bajo un territorio tan grande como México cohabitan diferentes épocas, costumbres, pueblos, y cuestionando el ser o la identidad del mexicano mostró que ahora siguen persistiendo diversas formas con el plus de la tecnología.
“Es natural que después de la fase explosiva de la Revolución, el mexicano se recoja en sí mismo y, por un momento, se contemple. Las preguntas que todos nos hacemos ahora probablemente resulten incomprensibles dentro de cincuenta años. Nuevas circunstancias tal vez produzcan reacciones nuevas.”
Las otras formas de novela de la Revolución
En este sentido, a pesar de ser un hecho de principios del siglo XX, continúa vigente en la memoria de muchos que aún transitan con el recuerdo vívido, en la celebración de su centenario e incluso en las novelas que remiten a ella cada vez que se las lee.
Luego de la Revolución surgió en la literatura un suceso, a caso necesario, que llevó a literatos como Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán o Fancisco L. Urquizo a plasmar en papel las vicisitudes, el sentir del pueblo y los conflictos de quienes vivieron a flor de piel la Revolución.
La novela de la Revolución, según algunos, es sólo la que escribieron aquellos que se situaron o fueron testigos en la época.
Sin embargo, hay más novelas que sin ser propiamente revolucionarias, y fueron escritas varias décadas después, mantienen en vigencia el tema de la Revolución.
Otra de muchas: La Feria
Un ejemplo de ello es La Feria, escrita por Juan José Arreola, en cuyas páginas existen alusiones directas a este acontecimiento, que de manera ficticia retrata, como otras tantas, la época.
La historia no se enmarca en los albores de la Revolución pero sí tiempo después, plantea lo que dejó a su paso en un pueblo en particular: Zapotlán.
Las escenas y conflictos que allí se describen permean incluso en la actualidad y no son exclusivos de un periodo post-revolucionario, baste con asomar un poco a un pueblo cercano, donde la ajetreada vida citadina no es tan común.
“Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande. Un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años. Pero nosotros seguimos siendo tan pueblo que todavía le decimos Zapotlán”. Dice Juan José Arreola en su autobiografía.
Estructura de la novela de Juan José Arreola
Y es precisamente, sobre su pueblo natal que refiere su novela La Feria, escrita en 1963. Esta narración tiene como estructura fundamental la narración de diversos personajes que toman la voz sin un narrador general, no hay más que el elemento del mismo pueblo de Zapotlán el que va construyendo el argumento de la obra.
Al principio parece que no tienen ilación cada uno de los párrafos, ya que existen diferentes voces con sus historias muy particulares, pero todo gira en torno a un momento especial: la feria del pueblo.
Conforme se avanza en su lectura los personajes van construyendo una historia general, donde ya no importan tanto las historias particulares, sino todo lo que envuelve al pueblo, sus costumbres, su gente, la religión y sobre todo el problema agrario.
Similitudes con Pedro Páramo
La estructura de La Feria hace recordar, por su similitud, a la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo, que también retrata a un pueblo con características semejantes, pero a diferencia de ésta hay más interlocuciones por parte de personajes.
En Pedro Páramo también interviene como característica fundamental el tiempo, las narraciones se trastocan a partir de éste, confundiendo al lector al tratar de comprender el argumento general.
Pero más allá de la estructura, en La Feria, se da cierta confusión hacia el lector a partir de las anáforas que se muestran a lo largo de toda la novela, es decir, cuando termina un párrafo el siguiente da pausa a que parezca que el diálogo continúa, aunque no siempre es así.
La escritura fragmentaria
De esta manera, Arreola conjunta un tipo de estructura muy particular, que no es lineal, en la que se enlazan datos históricos, intervenciones de personajes en forma de monólogo y otras en forma de diario, sin faltar los diálogos.
La novela de Arreola se conforma en fragmentos que parecen haber sido puestos al azar, pero no es así. Todas las intervenciones como la del niño que se confiesa, la historia de Concha Fierro, los pleitos de los indios o la del zapatero, aparecen de vez en vez siguiendo su propia unión.
Lo que sí es visible es que se presentan dispersos a lo largo de la novela. Si se quiere ver cada historia por separado se encontrará la redondez en cada una, pero la forma dispersa de los fragmentos hace que se encajen dentro de una historia general, la del pueblo.
Entre la vida pública y la privada
Con esta forma, Arreola muestra la vida privada de los personajes y con esto cambia la cara de Zapotlán, ya que el pueblo es como un personaje colectivo, una apariencia que se desvela con la vida particular de su gente.
Como ejemplo de lo anterior está la historia de Fidencio, cerero del pueblo, quien siempre se muestra áspero con el trato a sus clientes, aunque gracias a él la fiesta tan esperada y la más importante con la que se honra al patrono San José se llena de luz gracias a las velas que ofrece.
Similar a la anterior es la historia del niño que se confiesa con el sacerdote. En cada fragmento donde aparece, el niño de trece años siempre muestra sus travesuras que van encaminadas al pecado carnal, palabras vulgares o malos pensamientos, siempre sobre la sexualidad o el morbo.
La vida privada de los habitantes habla de la vida pública del pueblo, que vive sólo de apariencias.
Diferentes identidades de los mexicanos
Hace 60 años Octavio Paz escribió en su Laberinto de la Soledad, que bajo un territorio tan grande como México cohabitan diferentes épocas, costumbres, pueblos, y cuestionando el ser o la identidad del mexicano mostró que ahora siguen persistiendo diversas formas con el plus de la tecnología.
“Es natural que después de la fase explosiva de la Revolución, el mexicano se recoja en sí mismo y, por un momento, se contemple. Las preguntas que todos nos hacemos ahora probablemente resulten incomprensibles dentro de cincuenta años. Nuevas circunstancias tal vez produzcan reacciones nuevas.”
Las otras formas de novela de la Revolución
En este sentido, a pesar de ser un hecho de principios del siglo XX, continúa vigente en la memoria de muchos que aún transitan con el recuerdo vívido, en la celebración de su centenario e incluso en las novelas que remiten a ella cada vez que se las lee.
Luego de la Revolución surgió en la literatura un suceso, a caso necesario, que llevó a literatos como Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán o Fancisco L. Urquizo a plasmar en papel las vicisitudes, el sentir del pueblo y los conflictos de quienes vivieron a flor de piel la Revolución.
La novela de la Revolución, según algunos, es sólo la que escribieron aquellos que se situaron o fueron testigos en la época.
Sin embargo, hay más novelas que sin ser propiamente revolucionarias, y fueron escritas varias décadas después, mantienen en vigencia el tema de la Revolución.
Otra de muchas: La Feria
Un ejemplo de ello es La Feria, escrita por Juan José Arreola, en cuyas páginas existen alusiones directas a este acontecimiento, que de manera ficticia retrata, como otras tantas, la época.
La historia no se enmarca en los albores de la Revolución pero sí tiempo después, plantea lo que dejó a su paso en un pueblo en particular: Zapotlán.
Las escenas y conflictos que allí se describen permean incluso en la actualidad y no son exclusivos de un periodo post-revolucionario, baste con asomar un poco a un pueblo cercano, donde la ajetreada vida citadina no es tan común.
“Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande. Un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años. Pero nosotros seguimos siendo tan pueblo que todavía le decimos Zapotlán”. Dice Juan José Arreola en su autobiografía.
Estructura de la novela de Juan José Arreola
Y es precisamente, sobre su pueblo natal que refiere su novela La Feria, escrita en 1963. Esta narración tiene como estructura fundamental la narración de diversos personajes que toman la voz sin un narrador general, no hay más que el elemento del mismo pueblo de Zapotlán el que va construyendo el argumento de la obra.
Al principio parece que no tienen ilación cada uno de los párrafos, ya que existen diferentes voces con sus historias muy particulares, pero todo gira en torno a un momento especial: la feria del pueblo.
Conforme se avanza en su lectura los personajes van construyendo una historia general, donde ya no importan tanto las historias particulares, sino todo lo que envuelve al pueblo, sus costumbres, su gente, la religión y sobre todo el problema agrario.
Similitudes con Pedro Páramo
La estructura de La Feria hace recordar, por su similitud, a la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo, que también retrata a un pueblo con características semejantes, pero a diferencia de ésta hay más interlocuciones por parte de personajes.
En Pedro Páramo también interviene como característica fundamental el tiempo, las narraciones se trastocan a partir de éste, confundiendo al lector al tratar de comprender el argumento general.
Pero más allá de la estructura, en La Feria, se da cierta confusión hacia el lector a partir de las anáforas que se muestran a lo largo de toda la novela, es decir, cuando termina un párrafo el siguiente da pausa a que parezca que el diálogo continúa, aunque no siempre es así.
La escritura fragmentaria
De esta manera, Arreola conjunta un tipo de estructura muy particular, que no es lineal, en la que se enlazan datos históricos, intervenciones de personajes en forma de monólogo y otras en forma de diario, sin faltar los diálogos.
La novela de Arreola se conforma en fragmentos que parecen haber sido puestos al azar, pero no es así. Todas las intervenciones como la del niño que se confiesa, la historia de Concha Fierro, los pleitos de los indios o la del zapatero, aparecen de vez en vez siguiendo su propia unión.
Lo que sí es visible es que se presentan dispersos a lo largo de la novela. Si se quiere ver cada historia por separado se encontrará la redondez en cada una, pero la forma dispersa de los fragmentos hace que se encajen dentro de una historia general, la del pueblo.
Entre la vida pública y la privada
Con esta forma, Arreola muestra la vida privada de los personajes y con esto cambia la cara de Zapotlán, ya que el pueblo es como un personaje colectivo, una apariencia que se desvela con la vida particular de su gente.
Como ejemplo de lo anterior está la historia de Fidencio, cerero del pueblo, quien siempre se muestra áspero con el trato a sus clientes, aunque gracias a él la fiesta tan esperada y la más importante con la que se honra al patrono San José se llena de luz gracias a las velas que ofrece.
Similar a la anterior es la historia del niño que se confiesa con el sacerdote. En cada fragmento donde aparece, el niño de trece años siempre muestra sus travesuras que van encaminadas al pecado carnal, palabras vulgares o malos pensamientos, siempre sobre la sexualidad o el morbo.
La vida privada de los habitantes habla de la vida pública del pueblo, que vive sólo de apariencias.
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