El erotismo es una
infracción a la regla de las prohibiciones: es una actividad humana.
Ahora bien,
aunque esa actividad empiece allí donde
acaba el animal, lo animal es menos su
fundamento.
Georges Bataille
El 25 de marzo de 1952,
Alejo Carpentier publica en El Nacional
de Caracas un artículo de opinión sobre la película Un tranvía llamado Deseo, que se estrenó en septiembre de 1951 en
Estados Unidos. En el texto comenta que al salir de la sala de cine sintió un
gran alivio porque la película le pareció demasiado moralista. De hecho, el
artículo se titula “Tennesse Williams, moralista”. Alejo Carpentier rechaza en
cualquier obra artística el sentido moral del autor que la impregna. Más
reciente, otras críticas o comentarios señalan que la obra de Tennesse
Williams, autor de Un tranvía llamado
Deseo que posteriormente fue llevada al cine por Elia Kazan, es demasiado moralista,
en el sentido de que hay un castigo a los personajes que se “portan mal”.
El caso particular al que se refería Carpentier tal vez sea que el personaje Stanley (Marlon Brando) es dejado y castigado de cierta manera por su esposa por el hecho de violar a su hermana o quizá porque la película sólo sugiere la escena de violación, de homosexualidad, de suicidio y de sexo. No lo podemos saber porque no lo deja muy claro. Sin embargo, lo más seguro es que Carpentier no se haya dado cuenta de que la película fue censurada y modificada desde el guión para cumplir con los estatutos que se debían seguir en los estudios cinematográficos, puesto que en la obra de teatro original las escenas no fueron censuradas y el deseo al que alude el título de la obra se muestra de manera más descarnada.
El caso particular al que se refería Carpentier tal vez sea que el personaje Stanley (Marlon Brando) es dejado y castigado de cierta manera por su esposa por el hecho de violar a su hermana o quizá porque la película sólo sugiere la escena de violación, de homosexualidad, de suicidio y de sexo. No lo podemos saber porque no lo deja muy claro. Sin embargo, lo más seguro es que Carpentier no se haya dado cuenta de que la película fue censurada y modificada desde el guión para cumplir con los estatutos que se debían seguir en los estudios cinematográficos, puesto que en la obra de teatro original las escenas no fueron censuradas y el deseo al que alude el título de la obra se muestra de manera más descarnada.
Enfocándonos sólo a
esta película y a ninguna otra obra de Williams, no podemos decir de manera
tajante que se trate de una obra moral, pero sí con elementos que representan
lados opuestos de la realidad. Partiendo de lo que Sigmund Freud define como Eros
y Tanatos como instintos básicos del ser humano, en el que Eros representa los
deseos e instintos más primitivos o la tendencia hacia la vida y Tanatos la
pulsión hacia la muerte o hacia lo destructivo, la narrativa de nuestra
película se inclina más por el segundo, incluso el erotismo y el deseo.
Es una de esas
películas que sin conocer ninguna otra versión o adaptación de la historia
llega a lo más profundo del espectador o espectadora. Pero, ¿por qué continúa
dando de qué hablar, qué es lo que la hace tan interesante y por qué en la
actualidad aún se sigue representando en muchos lugares del mundo? La respuesta
no es tan fácil, pero me atrevo a decir que es porque trata no sólo un tema,
sino varios temas universales, humanos, todos ellos vigentes y dignos de
análisis, reflexión y sujetos a la polémica.
Desde el alcoholismo en
una mujer desequilibrada, la locura, el deseo, el erotismo, el suicidio, la
homosexualidad, hasta la mentira; muchos de ellos temas tabú para la época en
que salió la película. El filme es una bomba que toca casi de una manera sutil
pero fuerte y profundamente cada uno de los tópicos.
El tono y ambiente
oscuro de la película enfatiza estos elementos y aporta más profundidad a cada
uno de los personajes principales. Tenemos, por ejemplo, a la protagonista
Blanche (Vivian Leigh), que es una mujer perturbada por su oscuro pasado y que
mantiene en secreto ante los demás hasta que Stanley la desenmascara. Es una
mujer débil que está en una constante búsqueda de solventar su necesidad
erótica, tal vez por la carencia del otro
que siempre hace falta para reconocer el yo.
Si hay un sinónimo para
este personaje es la carencia, de todo, incluso de una identidad o de una
historia propia qué contar y para sobrellevarla emplea la mentira, el
autoengaño y la autocompasión. Pero paradójicamente el deseo siempre está
presente en ella, al igual que en los otros dos personajes: su hermana Stela y
su marido Stanley.
Trío interesante, pues
su mundo se mueve como consecuencia de prohibiciones morales, sobre todo en
Blanche. Si seguimos lo que decía Carpentier referente a Un tranvía llamado Deseo: “se nos hace imposible aceptar la
imputación de inmoralidad hecha a ciertas obras cuya osadía consiste en pintar
duramente, crudamente, ciertas realidades que nuestra hipocresía quisiera
silenciar,”[1]
estamos de acuerdo en que sí se retratan de una manera cruda y muchos analistas
concuerdan en que también es una forma de exorcizar los demonios internos del
propio Williams.
Pero más allá de eso,
la trama de la película aunada a los planos que Elia Kazan escogió, nos da
pauta para revivir y actualizar la realidad. Ver la película es retraernos en
eso que muchas veces se nos olvida: la vida humana es trágica y se mueve sólo
por eso que nos hace ser humanos.
Y sí, podríamos
contestarle a Carpentier que ese tranvía efectivamente podría llamarse
“cementerio”, como él lo señala, pero no por una “puritana conclusión”, sino
porque el propio deseo está ligado a la vida trágica del ser humano.
Sandra de Santiago Félix
26 de febrero de 2014
Bibliografía
Bataille,
Georges. El erotismo. España.
Tusquets. 2005.
Carpentier,
Alejo. El cine, décima musa. México.
Lectorum. 2013.
Hirch,
Foster. Retrato del artista. Obras de Tennessee
Williams. México. Noema. 1981.
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