lunes, julio 21, 2014

# cine # ensayo

Esperando el milagro: comentario sobre la película La Ciénaga

Desde su inicio, la película La Ciénaga, incomoda un poco al espectador por las imágenes y acciones de personajes tan crudas, que muestran hasta dónde puede llegar la miseria humana. El chirrido de unas sillas que se arrastran, la pasividad de una mujer alcohólica, un grupo de personas adultas que toman el sol alrededor de una piscina y que no muestran ningún tipo de interés por los demás, son elementos que sirven como preámbulo de una intensa historia no tan común en el sentido narrativo, pero a la vez tan común que refleja el vivir cotidiano de muchas familias de diversas latitudes.

Lucrecia Martel, directora y guionista, nos adentra a un mundo caótico de dos familias argentinas que tienen algo en común: integrantes decadentes, casi absurdos, que llevan sus vidas casi por inercia. El guión no cuenta con una estructura clásica, no se define a un protagonista de manera clara ni hay una resolución de conflicto. Cada personaje tiene sus propios conflictos internos que se muestran a lo largo de la película. Sin embargo, se puede decir que los personajes de Mecha y Tali son los que dan pauta para que la trama se desarrolle.

Los personajes de La Ciénaga


Mecha es una mujer mayor, alcohólica, depresiva y sin intereses. En cada escena se le ve con un vaso de vino y pidiendo hielo a la servidumbre. Tiene dos hijas y dos hijos adolescentes que mantienen buena comunicación. Vive también con su marido Gregorio, con el que no goza de buena relación a causa de un amorío que mantuvo con Mercedes, la actual novia del hijo mayor de Mecha.

Tali, por su parte, es prima de Mecha. También tiene cuatro hijos pequeños y su marido, Rafael. Aunque pareciera que su vida familiar es mejor que la de Mecha, no es así, ya que en ocasiones demuestra que se siente oprimida por la responsabilidad de los hijos, del trabajo y por no poder hacer cosas que desea sin el consentimiento de su esposo.

La relación de las primas es muy buena. Tali se compadece de Mecha, la defiende ante Rafael, quien siempre está juzgando a Mecha y a su familia. Luego del accidente que tiene Mecha en su casa de campo, Tali la visita y es cuando podemos darnos cuenta de que un caos se detona al estar juntos todos los integrantes de la familia en un mismo espacio.

La atmósfera que se respira a lo largo de toda la película es de decadencia y de absurdo. Los escenarios son parcos, grises y sofocantes por el calor que hace. Todos los personajes parecen oprimidos, desde la opresión de la naturaleza, hasta la opresión de los espacios. A pesar de que la casa donde se desarrolla la mayor parte de la trama es grande, no hay privacidad entre los personajes, todos invaden el espacio de los demás y este elemento le da una carga muy emotiva a la película, pues se toma el cuerpo como recurso narrativo  para reflejar la opresión que hay alrededor de él.

La Ciénaga es más visual que textual, los diálogos son escasos, pero el manejo de la imagen le da un movimiento pasivo. Las imágenes que se nos ofrecen están cargadas de simbolismo y de mucha expresividad y dan pie para la libre interpretación, por ejemplo, los jugueteos entre hermano y hermana en la cama o en la regadera, la vaca que se hunde poco a poco en el fango, los niños disparando escopetas o la indiferencia de las personas ante la caída de Mecha.

La ciénaga de Lucrecia martel


La intención argumental de la película sólo se descubre hasta el final, ya que conforme avanza, esperamos que aparezca algún suceso que determine el rumbo de la historia, pero nunca pasa. No se pretende dar una trama común, en la que el espectador tenga algunos indicios y vaya resolviendo el problema en su cabeza, al contrario, siempre se está esperando a que suceda algo más que sólo pasividad en los personajes, pero no llega.

La crudeza, la pasividad de los ambientes y personajes, los pocos diálogos y la importancia de la imagen del cuerpo para decir más que con palabras son las características principales de esta película. Tal vez, Martell buscaba poner en jaque al lenguaje de la palabra y sugerir que hay más cosas que se pueden decir con el lenguaje corporal.

El diseño de los personajes está basado en este lenguaje y se aprecia más en los adolescentes y en los niños, que son más expresivos con sus movimientos, miradas y acciones. A veces sin decir una sola palabra, los planos sugieren ideas o acciones que sólo el espectador puede poner en orden. No importa si no hay incesto u homosexualidad explícitos, el juego corporal lo pone de manifiesto y dota de total libertad a la interpretación. El punto de vista narrativo es omnisciente pero a la vez neutral, nos da la pauta para que como espectadores seamos testigos de todo lo que acontece y nosotros emitamos nuestro propio juicio ante lo que vemos en pantalla.

La actitud de todos los personajes es como de espera. Parece que esperan algo que no se sabe qué es. Paralelamente se incluye la historia en televisión de la aparición de la Virgen del Carmen, donde se muestra la espera del milagro de las personas que visitan el lugar para poder verla. En varias ocasiones la familia de Mecha ve la televisión en su propia pasividad. Por su parte, Tali también comenta que una conocida suya tuvo la oportunidad de presenciar la aparición. Si trasladamos este suceso a la vida de las dos familias se puede inferir que su situación es como la de las personas que esperan el milagro. Los personajes se mueven en sus espacios como quien espera que el santo de su devoción resuelva todos sus problemas.

análisis película la ciénaga


Ahora bien, si fijamos nuestra atención a la sicología de los personajes, veremos que están muy bien delineados y que todos se mueven casi instintivamente, desde el niño pequeño, pasando por la adolescente y hasta llegar a la abuela que sólo se menciona. La relación padres e hijos en la familia de Mecha está resquebrajada, no hay un total respeto entre ellos, hay indiferencia por las cosas que les suceden entre unos y otros, hay tal descuido por parte de los padres hacia los hijos que el menor perdió un ojo, el mayor tiene una relación con la ex amante del padre y al parecer Mecha no lo sabe y tampoco que una de las hijas está enamorada de Isabel, la sirvienta de la casa, ni que Vero se siente atraída por su propio hermano.

A Mecha le preocupa pasar por lo mismo de su madre: quedarse encerrada hasta su muerte en una habitación. Para ello intenta realizar el viaje a Bolivia con su prima Tali pero al final no se realiza. Mecha es el típico personaje al que no le importa nada más que pasar el día con sus propios vicios, siempre sumida en desarreglo personal, el alcohol y la depresión. Es un personaje que ha perdido la esperanza y que sólo vive por vivir. En momentos aparece algo de preocupación por el hijo menor, pero se difumina en cuanto requiere más alcohol. La voluntad de Mecha va disminuyendo poco a poco y su final es previsible: quedar sumida en la depresión y encerrada en la habitación por el resto de sus días, al igual que lo hizo su madre.

Gregorio, a la vista de los demás es un tipo que “nunca sirvió para nada”. Se preocupa por su aspecto, se tiñe el pelo. No le importa Mecha, sólo el qué dirán los demás. Sus movimientos son demasiado lentos, al igual que Mecha, le falta voluntad para hacer cosas o tomar decisiones importantes. Nadie se explica cómo es que Mecha se pudo casar con él, que según los indicios que se nos ofrecen, tuvo varias infidelidades

A la familia de Mecha no le falta nada en el aspecto económico, a diferencia de  la de Tali, donde la preocupación de ella y su marido va enfocada a aspectos laborales y al ahorro del dinero. Tali es una mujer que quiere hacer más por sí misma pero aspectos externos se lo impiden, como el marido que le reprime el viaje. No puede poner orden en su familia ni pone la atención suficiente en los hijos. Ya desde el inicio vemos cómo el hijo más pequeño se corta y ella no se da cuenta de ello. En cuanto a su carácter, es una persona descuidada, olvidadiza y débil. Un aspecto destacable en Tali es que se preocupa más por las cosas ajenas que por sus propios problemas.

Ella y su esposo se inquietan porque pase algo a sus hijos en casa de Mecha, pero lo que no saben es que el azar actúa en cualquier espacio y la tragedia puede ocurrir con o sin la atención adecuada. El azar también juega un papel importante en la película, porque a pesar de que personajes como Mecha y Tali quieran ejercer su voluntad, hay cosas que se les salen de las manos aunque no quieran.

Las familias protagonistas de esta película fungen pues como núcleos donde se forma la identidad de las generaciones jóvenes. Una identidad que al parecer se va repitiendo y tomando de modelos paternos y maternos. Mecha sigue los pasos de su madre; sus hijos e hijas también lo hacen a su forma, dejándose llevar por la corriente y sin importarles nada más que cubrir sus necesidades básicas.

Clément Rosset, en su Estudio de la identidad,  dice que el sujeto es incapaz de existir por sí mismo, es necesario el otro para darle su lugar, pero es necesario en tanto sirve para tomar prestada su identidad. Si seguimos la idea, se entiende que la autonomía del yo, la autonomía del sujeto, es sometida, existiendo como sólo una ilusión. Los personajes de La Ciénaga están construidos de esta manera, con falta de personalidad y de autonomía. “Esta negación de la autonomía del yo queda ilustrada por la imposibilidad de desear si no es por mediación de los deseos de otro, a quien René Girard llama el «mediador del deseo»: el yo siente tal admiración por él que llega a adoptar sus elecciones y deseo.[1] Así, la “propia personalidad” no sería propia, sino imitada del otro. Los deseos de encontrar un resquicio por dónde ver el milagro de la virgen por parte de todas las personas se traslada a las dos familias.  

La película se cierra perfectamente con la frase final de la hija de Mecha “Fui a donde se aparece la virgen. No vi nada”. El deseo de que se le apareciera la virgen no es un deseo personal que dé identidad a los integrantes de las familias, sin embargo, lo toman como suyo. Luego todo vuelve a la “normalidad”, la hija arrastra la silla, como anticipándonos que también podría convertirse en una Mecha más, tomando los deseos de ella para apropiárselos.



[1] Clément Rosset, Lejos de mí, Marbot ediciones. 2007, p. 44

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