por Sandra de Santiago Félix
Gregory Colbert, con su película Ashes and Snow, nos traslada a un mundo
casi mágico, donde la occidentalización desaparece por completo, donde lo
sagrado se pone de manifiesto y se puede presenciar la conjunción que hay entre
el hombre y lo natural. Es en momentos como los que retrata Colbert, en que lo
sagrado y lo poético se manifiestan, donde nada es profano porque lo humano, lo
animal y lo natural se disuelven formando un todo. Cada imagen que aparece en
la película está muy bien trabajada y pensada: la atmósfera, el color y el
movimiento dentro de cada plano funcionan como imán para la vista.
La
técnica empleada por este artista refleja un gran dominio de la imagen, lo que
se retrata es casi surrealista pues son imágenes que no se ven comúnmente en la
cultura occidental. Pero no todo es bella imagen, sino también una invitación a
la reflexión. Al no ser propiamente un drama donde la catarsis se haga presente
podría sugerirse que no hay historia, pero esto no es así. Cenizas y Nieve nos habla de esa humanidad que se da cuenta de que
su entorno está ahí como algo cercano, que no se es sujeto dentro de la
naturaleza, sino que se puede convivir realmente con lo “salvaje” sin someter a
“lo otro” animal.
Respecto de lo sagrado, Mircea Eliade sostiene que lo sagrado
necesita un espacio y que proviene de la necesidad de una fundación –del
mundo-. Lo sagrado para él es una experiencia primordial que proviene de la
experiencia fundacional; Gregory Colbert parece darse cuenta de ello y por eso parece
retroceder en el tiempo hacia esta etapa fundacional donde todo es unidad,
donde el humano tiene un retorno a la tierra y necesita asirse de un espacio,
tal y como en su origen el hombre lo hizo con los elementos de la naturaleza.
En Cenizas y Nieve encontramos
una verdadera representación de la manifestación de lo sagrado, entendida no
como lo que se fue institucionalizando con el tiempo a través de objetos,
espacios y religiones, sino lo sagrado en conjunción con la naturaleza, ese
momento en que el hombre se encuentra al mismo nivel que lo animal y no somete
a la naturaleza para satisfacer sus necesidades. El humano de Cenizas y Nieve parece no necesitar más
que estar en equilibrio con su entorno natural con un lenguaje casi primitivo,
por eso tal vez aparezca en mayor medida la figura infantil y femenina, una
como la inocencia y la otra como metáfora de la maternidad de la propia tierra.
Por otra parte, el tono en color sepia que predomina en las imágenes
dota a todo el conjunto de una atmósfera que está también más cercana a la
tierra. No hay colores reflejados en el agua, pero aún así podemos sentir la
textura en la arena, en la piel de los animales y de las personas, incluso en
algo tan etéreo como el aire.
Hace unos años, la exposición de este artista se presentó en la Ciudad
de México y por casualidad me tocó disfrutarla. En aquel momento las imágenes
me impactaron y se quedaron muy presentes en mi mente; ahora, que vuelvo a
ellas, la impresión y el disfrute es aún mayor. Totalmente recomendable.
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